martes, enero 16, 2007

Como no tengo mucho nuevo que contar, voy a colgar un fragmento del libro que empecé a escibir hace ya bastante tiempo.

El centro olía a navidad. La gente, con las vestiduras elegantes y caras que caracterizan a los del centro, transitaba por la calle Santiago, sin detenerse, bajo las lucecitas y los adornos. Al fondo de la calle, un mimo disfrazado de mujer, todo su vestuario plateado, se movía despacio con el tintineo de las monedas al caer en la gorra. Ana escuchó música clásica y, a lo lejos, atisbó una mujer con indumentaria típica de algún país del norte que tocaba el violín.

Estaba parada en un portal. Pensó cómo sería ganarse la vida en la calle, seguramente una experiencia gratificante, pero muy dura. Pensó también en lo raro de la ciudad, después de los años que llevaba allí, seguía sin sentirse como en casa. Notaba miradas sobre ella cuando se colocaba la bufanda o se tocaba la cresta. Muchos ojos iban a parar al brillo de los pendientes sobre sus orejas y su rostro. Sin duda, se sabía diferente, pero feliz. Nunca le había importado ser rara, le gustaba esa sensación de ser distinta y saberlo.

El frío le congelaba los dedos que sujetaban el cigarro, casi totalmente consumido. Tenía la mano derecha amoratada. Decidió tirar el pitillo y sentarse, haciéndose una bola en el portal. Preguntó la hora a un hombre trajeado, elegante.

-Son las ocho y media pasadas.

-Gracias.-respondió educadamente, después de resoplar.

Se quedó sentada, observando. Cavilando acerca de su futuro, su porvenir. Tenía los ojos brillantes de ilusión, acababa de decidir vivir de otra manera, diferente a las convenciones.


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