jueves, enero 04, 2007

Me gustaría que existiera una especie de termómetro que midiera cuan vulnerable puede ser una persona. De un tiempo a esta parte, he notado como mi mentalidad se va transformando de los veintitantos a los quince años. Siempre pensé ser madura y tener las cosas claras sobre todo, pero ahora... dudo tanto y soy tan débil ante la tentación que siento miedo de llegar a caer en la trampa, en la que no lo hice en mi adolescencia.
Sé que hay personas que pensarán , y de hecho piensan, en darme una bofetada si caigo, pero siento deciros, amigos, que una vez pruebe, la bofetada no servirá de nada porque, quizá sí o quizá no, ya estaré pillada por los genitales, como se suele decir. En el mejor de los casos, no me habrá gustado la experiencia, pero supongo que es difícil que eso ocurra. Por el momento, no hay de que preocuparse, pues no he tenido el valor para hacer nada. Pero... lo realmente inquietante es que cada día me invade más la duda. Incluso un pequeño hormigueo me recorre la piel imaginando las sensaciones que va a producirme. ¿Será mejor que el sexo? Probablemente no, pero seguro que se le parece.
¿Me estoy intentando convencer de algo? ¿Debo quedarme con la duda?, ¿o es más inteligente poder hablar de lo que se conoce?
En todo caso, sé perfectamente lo que debo hacer siguiendo la moralidad impuesta, pero también de lo que tengo que hacer siguiendo mi instinto animal. Porque, a fin de cuentas, todos somos animales. No justifico, con ello, ningún malobrar ético, pero la ética hace tiempo que dejo de divertirme. El cuerpo me pide más. Y la mente no quiere dejarme actuar.

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