miércoles, julio 05, 2006

Rahim era un niño pobre que vivía en un barrio marginal de Madrid. Trabajaba desde los 12 años para poder comer, y vivía casi a diario problemas de bandas, mafias, y demás, pero aunque él no había tenido nada que ver con esos problemas, le habían provocado ya varias cicatrices, por todo su ser. Así, se levantaba todos los días y sin mirarse en el espejo, salía de su casa, que apenas parecía habitada más que por una parálisis en el tiempo impuesta en toda la zona. Caminaba sobre el amanecer, con su vista sobre el frío y duro asfalto, que jamás le devolvió la mirada. Y es que en la vida de Rahim ya no queda lugar para soñar, ni lugar para la esperanza.

Fue en uno de esos días, en una de esas mañanas cuando empezó notar que había perdido una pesada carga, la carga que hasta ahora le había impuesto su propia vida. Las tristes fachadas con carteles puestos encima de otros, que a su vez estaban pegados sobre una mal pintada pared gris, junto con los árboles caídos e incluso aquel parque vacío, sin nadie que pudiera jugar en él, todo empezó de repente a perder esos tonos grises, esa soledad reflejada sobre los charc
os de la lluvia empezó a desaparecer. Y, como si saliese de un cascarón en el que siempre estuvo oculto, y que le prohibimos salir, el color apareció en la vida de Rahim. Todo empezó a desprender un color, daba igual cual fuere, porque nunca dos eran iguales, ni siquiera parecidos. Las paredes mostraron lo largas y majestuosas que siempre habían sido, y aquellos sucios carteles fueron sustituidos por tonos azules y magentas. Los árboles caídos levantaban de su letargo y se cubrían de tal cantidad de colores que hubiese sido imposible contarlos. El abandonado parque se llenó de risas de todas las edades. Por fin el mundo había despertado para salir de la cárcel donde hasta ahora había estado recluido tanto tiempo. Por fin resurgía la felicidad tras años de abatimiento. Por fin el mundo era como siempre debió ser.

Pero, tan pronto como vino, se fue. Todo aquello se desvaneció de forma súbita, con cierto aire de maldad. Rahim se encontraba en medio de la calle con las manos en la cabeza.

Son días grises sobre el frío asfalto.

DIAS GRISES, un relato de Luis Varela.

2 comentarios:

ruty dijo...

Joo, que triste, pero que pura verdad, sobre todo, denota más tristeza con la foto que has puesto, :( .

Anónimo dijo...

la verdad es que no se que ponerte pero como hace mucha ilu que te pongan algo(y para que veas que lo he leido)pues te escribo ésto,que es una bobada pero te entretienes en lo que lo lees(y yo en lo que lo escribo).
PD.A mi también me parece muy triste pero no hacía falta para ello.